miércoles, 21 de septiembre de 2011

Gustavo Bolivar Moreno - Sin tetas no hay paraíso





A sus trece años, Catalina empezó a asociar la prosperidad de las niñas de su barrio con el tamaño de sus tetas. De modo que quienes las tenían pequeñas, como ella, tenia que resignarse a vivir en medio de las necesidades y a estudiar o trabajar de meseras en algún restaurante de la ciudad. . .

En cambio, quienes las tenían grandes como Yesica o Paola, se paseaban orondas por la vida, en lujosas camionetas, vestidas con trajes costosos y haciendo compras suntuosas que terminaron haciéndola agonizar de envidia. Por eso se propuso, como única meta en su vida, conseguir, a como diera lugar y cometiendo todo tipo de errores, el dinero para mandarse a implantar un par de tetas de silicona, capaces de no caber en las manos abiertas de hombre alguno.

Pero nunca pensó que, contrario a lo que ella creía, sus soñadas prótesis no se iban a convertir en el cielo de su felicidad y en el instrumento de su enriquecimiento sino en su tragedia personal y su infierno.

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